La glotonería

La comida y la bebida sanas son dones que recibimos para ser disfrutados con agradecimiento y satisfacción. Pero como criaturas fácilmente obsesionadas con el placer, tenemos tendencia a querer llevar tan lejos el disfrute de las cosas buenas que las convertimos en malas para nosotros. Cuando comemos o bebemos en exceso —demasiado o muy a menudo— nos convertimos en víctimas de la glotonería.

La sabiduría nos recomienda evitar la gula. Las vidas caracterizadas por esta exageración llevan al letargo, a la pobreza y a la deshonra (Prov. 23: 21; 28: 7). También sabemos que demasiada comida, por rica que sea, arruina nuestra salud, haciéndonos más débiles y más enfermos. Como siervos de Dios, queremos estar sanos y en forma a su servicio para hacer el bien en el mundo, sabiendo que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo (1 Cor. 6: 19). Finalmente, nuestros cuerpos ni siquiera son nuestros, sino de Dios, comprados con la sangre de Cristo (1 Cor. 6: 21). La gula no está en armonía con el compromiso cristiano de hacerlo todo a la gloria de Dios, incluso el comer y beber (1 Cor. 10: 31).

Podemos sentirnos tentados a comer en exceso por prestar atención a mensajes «culturales» y publicitarios, por seguir malos ejemplos de quienes nos rodean, o simplemente por la influencia de los malos hábitos que hemos adquirido nosotros mismos. Lo que inevitablemente encontraremos siempre, es que esta búsqueda desequilibrada del placer no satisface. Lanzarnos sobre la comida para sentirnos mejor, a la larga nos hace sentirnos peor.

Y es que la raíz de la gula no está en el estómago, sino en el corazón. El dominio propio es un fruto de la obra del Espíritu Santo en nosotros (Gál. 5: 22-25), y en realidad solo Dios puede darnos la libertad de ser temperantes con nuestra comida y bebida. Es la gracia salvadora de Dios, nos dice la Biblia, la que nos enseñará a vivir una vida disciplinada (Tito 2: 11-12).