La poligamia

Pocas cosas pueden parecer más extrañas para el lector contemporáneo de la Biblia que la poligamia, el matrimonio de una persona con al menos otras dos al mismo tiempo. Aunque la Escritura sostiene que el matrimonio monógamo es el ideal de Dios, nunca condena explícitamente la poligamia. Sin embargo, no debemos caer en la trampa de creer que solo porque algo no está explícitamente condenado en la Biblia significa que está permitido. La poligamia nunca fue la intención de Dios para la humanidad, y su práctica es, claramente, incorrecta. La Biblia, de hecho, presenta las consecuencias negativas de un matrimonio polígamo tras otro, desde Jacob, Raquel y Lea, hasta las tensiones entre las esposas del padre del profeta Samuel y las disputas mortales entre los hijos del rey David por parte de sus múltiples mujeres.

En el mundo bíblico, la poligamia se practicaba principalmente en las comunidades rurales, donde los hogares necesitaban muchas manos para atender al trabajo y era deseable tener muchos hijos para cuidar los cultivos y el ganado. La poligamia solía ser más común en los casos en que la primera esposa no había podido concebir, como en el caso de Elcana (1 Sam. 1: 2). La poligamia se convirtió en un símbolo de estatus social entre los ricos y las élites. Los pobres no podían darse el lujo de pagar múltiples dotes.

La primera mención de la poligamia en la Biblia se encuentra en Génesis 4: 17-24, cuando Lamec, un descendiente antediluviano de Caín, toma dos esposas. La historia de Abraham introduce el concepto de la concubina, una mujer que tiene relaciones sexuales con un hombre, pero que recibe un estatus social inferior al de la esposa principal. Cuando Abraham y Sara no lograron concebir un hijo, Sara instó para que Abraham engendrase un heredero con su sierva, Agar. La relación entre Abraham y Agar provocó celos y graves conflictos después del nacimiento de Ismael (Gén. 16; 21: 8-20).

Quizá el caso más conocido de poligamia en la Biblia sea el de Jacob, engañado por su suegro para casarse también con la hermana mayor de su amada (Gén. 29: 15-30). Las dos esposas de Jacob, Lea y Raquel, competían entre sí para ser madres, hasta el punto de prestar a Jacob sus siervas para que también tuvieran hijos con Jacob. Los descendientes actuales de esta unión son los judíos y los árabes, cuyas múltiples rivalidades y guerras son más que dramáticas.

La Ley de Moisés aborda la cuestión de un hombre que tiene dos esposas, pero solo ama a una de ellas (Deut. 25: 15-17). Ordena asegurarse de que no se tendrá favoritismo con el hijo primogénito de la esposa más amada, ordenando que el primogénito de ese hombre, independientemente de qué esposa lo haya dado a luz, reciba la herencia debida a los primogénitos.

En tiempos del exilio en Babilonia, la práctica de la poligamia había caído en desuso en el pueblo de Israel, ya que no hay registro bíblico de ella después del exilio. Al igual que la esclavitud (Éxo. 21: 1-11) y la antigua práctica del «ojo por ojo» (véase Éxodo 21: 23-25, compárese con Mateo 5: 38-44), Dios la toleró entre su pueblo, a pesar de estar muy lejos de lo que él había previsto para la humanidad en la Creación, hasta que estuvieran listos para hacerle frente. Jesús enseñó principios elevados para el matrimonio (Mat. 5: 27-32; 19: 1-12).

Hoy, la poligamia todavía se practica en ciertas sociedades tribales. Los misioneros han encontrado actualmente diversas soluciones al dilema de los polígamos que se unen a la iglesia, que incluyen pedirle al convertido que se divorcie de todas las mujeres menos una, o requerirle, en una opción que muchos creen más amable, simplemente permanecer fiel a sus esposas sin tomar ninguna más. Al final, la única forma de matrimonio sancionada en la Biblia es el matrimonio de un hombre con una mujer.