La pobreza

Es fácil volverse insensible a la pobreza.

Un mendigo sostiene un cartel que dice que tiene hambre. Nosotros creemos que debería haber trabajado más. Una mujer nos pide agua. Y pensamos que podría servirse yendo a buscarla ella misma, ya que, al fin y al cabo, no está tan lejos. Además, ¿cómo podemos saber en quién confiar en un mundo lleno de engaño y violencia?

Esas son respuestas perfectamente humanas al problema de la pobreza, sin embargo, Dios llama a sus seguidores a que respondan de manera diferente. No con palabras de irritación, reprensión o desconfianza, sino «Abre tu boca en favor del mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia y defiende la causa del pobre y del necesitado» (Prov. 31: 8-9).

La Biblia nos dice que nuestra respuesta a los pobres debe ser compasiva y de ayuda. Además, en una de las descripciones más detalladas del juicio final encontradas en la Biblia, Jesús declara que cuidar a los hambrientos, sedientos, extraños, empobrecidos y encarcelados —los más marginados de la sociedad— es lo mismo que atenderlo a él (Mat. 25: 31-46). Lo que hacemos por «los más pequeños» (vers. 40), lo hacemos por Jesús.

Dios le dio al antiguo Israel un plan económico diseñado para fomentar la igualdad social y cuidar de todos, incluidos los extranjeros residentes en la tierra. La ley de Moisés prescribía: «Seis años sembrarás tu tierra y recogerás su cosecha, pero el séptimo año la dejarás libre, para que coman los pobres de tu pueblo, y de lo que quede comerán las bestias del campo. Así harás con tu viña y con tu olivar» (Éxo. 23: 10-11). En otro lugar estipula: «Cuando seguéis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega; para el pobre y para el extranjero la dejarás. Yo, Jehová, vuestro Dios» (Lev. 23: 22).

Aunque tales regulaciones son difíciles de aplicar en el mundo actual, nos corresponde a nosotros encontrar formas de aplicar los principios que contienen. Estamos llamados a seguir el ejemplo de Dios de generosidad imparcial. Moisés escribió: «Porque Jehová, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni recibe sobornos, que hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama también al extranjero y le da pan y vestido. Amaréis, pues, al extranjero, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto» (Deut. 10: 17-19).

Los cristianos estamos llamados a vivir nuestra fe a través del servicio. El apóstol Santiago escribió: «Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarlo? Y si un hermano o una hermana están desnudos y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos y saciaos”, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, está completamente muerta» (Sant. 2: 14-17).

La Biblia resume la respuesta apropiada a la pobreza con una pregunta: «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?» (1 Juan 3: 17).

Para una comprensión más profunda de este tema, ver el siguiente enlace: https://www.adventist.org/en/information/official-statements/statements/article/go/-/homelessness-and-poverty/