La agresión verbal

«Es mejor ser dueño de tu silencio, que esclavo de tus palabras», es un dicho antiguo que jamás ha sido más verdadero. El apóstol Santiago escribió: «La lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!» (Sant. 3: 5).

Si alguna vez te has enfrentado a la agresión, has vivido con calumniadores o te has defendido de los acusadores, sabes hasta qué punto una simple palabra puede destrozar tus sueños. Las palabras pueden matar igual que las balas. En el próspero mundo de las redes sociales, las palabras mal intencionadas pueden desgarrar almas.

Santiago escribió: «Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así» (Sant. 3: 9-10). Deja que tus palabras edifiquen a los demás, construyendo el reino de Dios en la tierra, en lugar de derribarlo.

Por destructivas que puedan ser las palabras, también pueden ser edificantes. Jesús siempre las utilizó para establecer el reino de gracia. Al decir: «¡Lázaro, ven fuera!» (Juan 11: 43), sacó a Lázaro de la tumba. Al gritar: «¡Calla, enmudece!» calmó la tormenta (Mar. 4: 39). Liberó a la mujer con las palabras: «Ni yo te condeno» (Juan 8: 11). En su último clamor, consternó al universo, declarando: «Todo está cumplido» (Juan 19: 30, NIV) y pagó con amor el precio del pecado.

La mejor manera de domar tu lengua es amando con palabras, bendiciendo con alabanzas, pidiéndole a Dios que hable a través de ti. Como Santiago escribió: «La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz» (Sant. 3: 17-18).