La pena de muerte

Los líderes religiosos judíos estaban seguros de que esta vez tenían el plan perfecto. Es decir, estaban seguros de que derrotarían a Jesús haciéndolo caer en una declaración pública que marcase el fin de su ministerio, y tal vez de su vida.

Escribas y fariseos trajeron a Jesús una mujer que había sido sorprendida «en el mismo acto» de adulterio (Juan 8: 4). Le recordaron que la ley de Moisés decía que los que cometían adulterio debían ser ejecutados y le preguntaron: «¿Tú qué dices?». Esperaban, si decía que no debía ser ejecutada, acusarlo de transgredir la ley mosaica, y si decía que debían matarla, ponerlo en serios problemas con los romanos, acusándolo de incitación al asesinato, ya que los romanos no permitían, salvo a sus subordinados, ejecutar a nadie.

Mientras la gente lo acosaba, Jesús se arrodilló y comenzó a escribir en el suelo, deteniéndose solo al fin para decir: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella» (Juan 8: 7). Lo que escribió impactó tanto las conciencias de los acusadores de la mujer que, uno tras otro, se escabulleron.

Hoy en día ya no hay tantas sociedades que vean en la pena de muerte un castigo apropiado para el adulterio, pero algunos todavía consideran que es una respuesta adecuada a los crímenes más brutales. Anhelamos imparcialidad y justicia, pero Jesús nos pide que esperemos y confiemos en la justicia suprema que solo él puede traer. El apóstol Pablo escribió: «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”» (Rom. 12: 19). Pagar muerte por muerte no hace más que reforzar la mentira de que la violencia es la solución contra la violencia. Y esa respuesta nos hace a todos asesinos, incluso puede robarle a un pecador la oportunidad de arrepentirse.

Por lo tanto, se puede hacer un buen alegato contra la pena de muerte. Después de todo, ¿no dijo el Señor en la antigüedad: «El que derrame la sangre de un hombre, por otro hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el hombre» (Gén. 9: 6)? Sin embargo, buenas personas, incluso las cristianas, pueden no estar siempre de acuerdo en este asunto controvertido. Aun así, siempre debemos inclinarnos claramente en la dirección de preservar y proteger la vida, aunque debemos respetar la opinión de aquellos que podrían ser más pro pena de muerte en ciertos casos.