El trasplante de órganos

El principio de la mayordomía se aplica a muchas áreas de la vida, pero lo usamos principalmente para cuestiones de dinero, de empleo del tiempo y de cuidado del medio ambiente. Sin embargo, la mayordomía también se aplica al cuidado de nuestros cuerpos. El apóstol Pablo escribió: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros? Pues habéis sido comprados por precio, glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor. 6: 19-20). Lo que hacemos con nuestro cuerpo debe glorificar a quien nos lo dio, a saber, a Cristo.

El tema del trasplante de órganos es uno de aquellos para los que las Escrituras no ofrecen consejos explícitos. Sin embargo, la Biblia contiene excelentes principios a tener en consideración a este respecto. Jesús dice: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15: 13). Aunque diversas causas naturales o terribles tragedias pueden quitarnos la vida, nuestros órganos aún sanos pueden ayudar a sobrevivir a otra persona. Innumerables pacientes esperan largas listas de córneas, corazones, pulmones, riñones, y otros órganos sanos para seguir viviendo. Si nuestra previsión para después de muertos puede salvar alguna vida, ¿no deberíamos, siguiendo el ejemplo de Jesús, procurar salvar a alguien si tenemos esa posibilidad?

Algunos objetan contra el hecho de dar órganos, los nuestros o los de quien sea, porque podrían ir a alguien que no es cristiano, o incluso que no es una buena persona. Sin embargo, Pablo nos dice que «Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5: 8). La gracia no es algo que merecemos; es un don inmerecido. Un trasplante de órganos puede permitir que alguien tenga tiempo de arrepentirse y ponga su vida en orden con Dios. Un don de órgano puede así no solo salvar la vida de alguien, sino también su alma.

En fin, hay quienes están preocupados alegando que, si donamos órganos, eso puede afectarnos de cara a la resurrección. A lo largo de la historia, muchos se han preocupado por si Dios es capaz de devolver la vida a personas que fueron incineradas. Sin embargo, la Biblia claramente nos dice que Dios puede hacerlo todo a partir de nada (Gén. 1-2). No necesitamos preocuparnos de que la falta de material sea un obstáculo para Dios cuando resucite a los muertos. Ese será el menor de nuestros problemas, o el de Dios; después de todo, ¡Él hará que todas las cosas sean nuevas! (Apoc. 21: 5).