El uso de armas
Cuando Jesús se retiró a orar en el jardín de Getsemaní, solo tres de sus discípulos lo acompañaron: Pedro, Santiago y Juan. Cuando una turba armada se apoderó súbitamente de Jesús, los tres discípulos le preguntaron: «Señor, ¿heriremos a espada?» (Luc. 22: 49). Aparentemente, uno de los discípulos no esperó su respuesta y le cortó la oreja derecha al siervo del sumo sacerdote (Mat. 26: 50).
Juan identifica al discípulo espadachín con Pedro y al sirviente herido con Malco. Lucas recuerda que Jesús les dijo a sus discípulos: «Basta ya; dejad». E inmediatamente sanó la oreja rebanada (una experiencia que seguramente causó bastante impresión). Mateo dice que Jesús ordenó: «Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán» (Mat. 26: 52).
El Antiguo Testamento está lleno de historias de personas que empuñan toda clase de armas en batallas, desde espadas hasta hondas, y algunas tan insólitas como trompetas (Jos. 6: 20) o antorchas escondidas dentro de jarras (Jue. 7: 16). Estas personas participaron en batallas porque Dios los llamó a establecer un reino terrenal, temporal. Pero Jesús le dijo a Poncio Pilato, el gobernador romano de Judea: «Mi Reino no es de este mundo» (Juan 18: 36).
En tiempos de Jesús, los líderes religiosos se enorgullecían de seguir la ley al pie de la letra: «No cometerás adulterio»; «Acuérdate del día sábado»; «No matarás», pero Jesús los instó a profundizar más en los principios que hay detrás de las leyes: mantén tu corazón lejos de la lujuria. El sábado es un día para hacer buenas obras. Pero frente a la idea de quitar la vida humana, Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: “No matarás”, y cualquiera que mate será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio» (Mat. 5: 21-22).
Los cristianos no estamos llamados a luchar por ningún reino terrenal. Jesús nos llama a la gracia: a recibir la suya y a extenderla a otros. El uso de la fuerza va en contra del carácter de Dios y de su gracia. No estamos llamados a luchar con las armas del mundo, sino a vivir y a testificar a través del poder del Espíritu Santo. Puedes fracturarle un hueso a alguien en una fracción de segundo. La gracia requiere cuidado, paciencia y tiempo, y transforma la manera en que tratamos a los demás, procurando tratarlos como quisiéramos que ellos nos tratasen. Las armas del mundo prometen atajos para resolver problemas complejos. El trabajo paciente, constante e intrincado de ejercitar la gracia construye relaciones, toca corazones y cambia las mentes. Sobre todo, construye el reino eterno de Dios, un reino que no se construye con piedra y acero, sino con cada persona que responde al llamamiento del amor de Dios y que revela ese amor a los demás.
Para una comprensión más profunda de este tema, ver el siguiente enlace: https://www.adventist.org/en/information/official-statements/statements/article/go/-/ban-on-sales-of-assault-weapons-to-civilians/