Amar a los demás

Gracias al internet y a las redes sociales, estamos más conectados que nunca, pero jamás nos hemos sentido más solos.

Millones de personas deambulan por las calles coleccionando una multitud de amigos virtuales. Al mismo tiempo, sus corazones lloran de soledad, ya que la vida virtual no llena la falta de vinculación humana verdadera.

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros» (Juan 13: 34- 35). El mundo promueve el consumismo y la exhibición egocéntrica. Dios nos llama a dar de nosotros mismos para bendecir a los que nos rodean.

Amar es aceptar, incluir, perdonar, valorar, y empatizar con los demás. Sin el lenguaje práctico de afecto hacia nuestro prójimo, la religión no tiene valor. Sin amor por los demás, los cristianos se convierten en mensajeros egoístas con buenas intenciones que no dan fruto. El apóstol Pablo escribió: «Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe» (1 Cor. 13: 1). El apóstol Juan escribió: «Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: “El que ama a Dios, ame también a su hermano”» (1 Juan 4: 20-21).

«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). A medida que el amor nos transforma, debemos transmitirlo, o morirá dentro de nosotros.

Desde compartir generosamente nuestro tiempo y dinero, hasta responder a la amargura con amabilidad, a un simple oído atento, debemos poner nuestro amor en acción; de lo contrario, nuestro cristianismo es una farsa.