El hombre y la mujer

Dios nos ha creado a los seres humanos a su imagen, tanto a los hombres como a las mujeres (Gén. 1: 26-28). Las mujeres tendrían que alegrarse de su feminidad y los hombres de su virilidad. ¡Es bueno que seas lo que eres! De acuerdo con la Biblia, la imagen de Dios se expresa tanto en las diferencias entre hombres y mujeres como en sus numerosas semejanzas. Claramente, las mujeres y los hombres son mucho más parecidos que desiguales, a pesar de sus diferencias. Estos contrastes no tienen que ver con inferioridad o superioridad, sino que forman parte de un proyecto de unidad en la diversidad. Son un reflejo de la esencia de Dios, que es tres en uno, una unidad compleja de personas unidas en amor.

Podemos afirmar e incluso celebrar que las diferencias entre el cuerpo del hombre y el de la mujer están destinadas a reflejar la semejanza de Dios, y que él fue un excelente diseñador cuando emparejó a hombres y mujeres en la tierra. Adán y Eva recibieron ambos la tarea de fructificar y multiplicarse, de juntos poblar la tierra y gobernarla (vers. 28). Esto implica que para cumplir nuestro destino como mayordomos reales de la Creación tenemos que vivir, los hombres y las mujeres, juntos en interdependencia.

El proyecto maravilloso de Dios en el Edén era que disfrutásemos del amor sin vergüenza y de la unidad sin rivalidades, pero el pecado ha distorsionado ese designio. Ahora, tanto a nivel individual como colectivo, tendemos a encontrar natural el control, la competencia, la lucha, la falta de respeto y la calumnia. Sin embargo, como cristianos, no deberíamos relacionarnos unos con otros en estas formas tan poco espirituales, ni deberíamos permitir que las diferencias sociales entre mujeres y hombres se mantengan en nuestras comunidades cristianas (Gál. 3: 26-28). Como hijos e hijas de Dios, debemos gestionar nuestras diferencias con amor, honrándonos y respetándonos mutuamente.