La implicación política
En tiempos de Pablo afirmar que «Jesucristo es nuestro Señor» era una declaración altamente política. A menudo no somos conscientes de la naturaleza política del evangelio. El imperio romano reservaba el título de “Señor” para su emperador, y el término «evangelio» (significando «buenas noticias») era utilizado en diversas proclamas oficiales del gobierno. Al llamar “Señor” a Jesús, los cristianos expresaban que su máxima lealtad pertenecía a Jesucristo. Porque solo Jesús es Señor de todo. Solo él tiene poder soberano sobre todos los reinos (Juan 19: 10-11). Los seguidores de Cristo no pensaban que tenían una doble ciudadanía. Eran ciudadanos tanto de Palestina como del reino universal de Dios. Un reino que no tiene sus bases en este mundo, sino que ha sido establecido por Dios, y refleja su carácter de amor y justicia. Ya somos ciudadanos de ese reino y debemos participar en él aquí y ahora. Pero sabemos que sólo quedará plenamente establecido en el futuro.
Si decimos que «Cristo es nuestro Señor», eso significa que no podemos ignorar la política y la sociedad. Se espera de nosotros que apoyemos a la autoridad civil establecida y que nos sometamos a ella (Rom. 13: 1-7, 1 Ped. 2: 13-17, Tito 3: 1). Al mismo tiempo, debemos participar activamente en el intento de paliar el sufrimiento. Necesitamos hablar en nombre de los marginados, los desamparados y todos los que están en desventaja por la razón que sea.
Nuestro activismo político tiene que llevarnos a la defensa de los derechos humanos, a esfuerzos de mediación y de conciliación, pero siempre debe ser no violento. Es nuestro deber apoyar plenamente todas las iniciativas que promuevan la paz, los valores positivos y las relaciones armoniosas. Al hacerlo, debemos tener cuidado de no implicarnos en ninguna forma de corrupción y prácticas dudosas.
Sin embargo, y esto es crucial: si nos vemos obligados a elegir debido a los valores en conflicto entre el gobierno secular y el reino de Dios, elegimos a Dios. Pablo nos advierte: «Hagas lo que hagas en palabra o hecho, hazlo todo en el nombre del Señor Jesús» (Col. 3: 17).
Así pues, como cristianos, podemos implicarnos en política, pero siendo muy cuidadosos en la forma en que hacemos frente a los problemas porque no queremos mancillar el nombre del Dios que afirmamos representar. La historia nos ha dejado ya demasiados ejemplos del nombre de Cristo mancillado por la política. No queremos cometer más el mismo error.