Los entierros y la cremación
Cada cultura tiene diferentes tradiciones y costumbres sobre cómo tratar los restos de las personas que han fallecido. Unos entierran a sus muertos mientras que otros los queman de una forma u otra.
En las Escrituras, los muertos generalmente son enterrados. Abraham enterró a Sara (Gén. 23:19). Abraham fue sepultado por sus hijos (Gén. 25: 9-10), como lo fueron Raquel (Gén. 35:19), Jacob (Gén. 50: 13-14) y David (1 Rey. 2:10). Según el Nuevo Testamento, Juan el Bautista, Jesús y muchos otros fueron sepultados (Mat. 14:12, 1 Cor. 15: 4, Hech. 5: 9). Rara vez ocurría la incineración (1 Sam. 31: 11-13).
Las prácticas funerarias variaban ampliamente, e iban desde un entierro simple hasta elaborados procesos de momificación y sepultura en cuevas y pirámides. Los entierros se acompañaban, y se siguen acompañando, de ritos religiosos que reflejan cómo las diferentes culturas y religiones entienden la vida humana. Los llamados «dualistas» destacan la liberación del alma del cuerpo en la muerte y lo reflejan en sus ritos, mientras que los llamados «monistas» creen que cuerpo, alma y mente no son entidades separadas y que la muerte afecta a todo el ser humano, lo que también influye en las prácticas que acompañan al entierro o a la incineración. Según las Escrituras, el alma humana no es una entidad separada del cuerpo y no es inmortal. El término «alma» se usa para describir la totalidad de nuestra existencia humana en todos sus aspectos: corporal, mental, emocional y espiritual.
Las Escrituras no abordan la cuestión de si es apropiado que los cristianos incineren a sus muertos, y los adventistas no han tomado posición sobre este tema. Los textos bíblicos son descriptivos, no preceptivos. En otras palabras, describen lo que se solía hacer cuando las personas fallecían, pero no hay ningún mandamiento universal que legisle el entierro o la incineración. Sin embargo, lo que la Biblia deja claro es que se opone a ritos funerarios o de incineración que reflejen enseñanzas erróneas acerca de la naturaleza humana, especialmente si abren la puerta al ocultismo o al espiritismo.
Haya sido enterrada o incinerada, Dios mantiene a la persona fallecida en su memoria. Su información se conserva. El poder creador de Dios garantiza la resurrección, de los creyentes para vida eterna y de los que no creen para el juicio (Juan 5:29). Los creyentes que fueron sepultados y los que fueron quemados en la hoguera o incinerados tienen todos la misma esperanza de resurrección (Juan 6:40, 44).
En un mundo superpoblado, la incineración ayuda a reducir el espacio de tierra necesario para los cementerios. También tiene la ventaja de prevenir la propagación de enfermedades infecciosas. Asimismo, suele resultar más económica para la familia del difunto. Sin embargo, reconocemos que tanto la cuestión del entierro como la de la incineración nos afectan emocional, espiritual y culturalmente. Por lo tanto, cada creyente debe sentirse libre, de acuerdo a sus sentimientos y conciencia, en cómo desea decir adiós a sus seres queridos.