La congelación criónica
Es una idea tentadora: hágase congelar y almacenar hasta que la ciencia encuentre la forma de descongelarlo, restaurarlo, sanarlo de cualquier enfermedad que pudiera haberlo matado y así prolongar su vida. Esta idea nos plantea muchas preguntas: ¿Qué pasaría si realmente pudiésemos engañar a la muerte y lograr vivir para siempre? Y ¿cuáles serían las posibles consecuencias? ¿Sería esta una opción para todos los seres humanos o solo para los ricos y privilegiados? ¿Cuánta energía y recursos se necesitarían para conseguirlo? ¿Contribuiría esto a convertir el mundo en un lugar mejor? De cualquier manera, ¿querríamos vivir para siempre en este tipo de mundo?
Aunque fuera posible la curación física completa y se pudiese eliminar la amenaza de la muerte física, seguiríamos siendo las mismas personas a nivel psicológico, mental y espiritual, con todo el bagaje de nuestras malas experiencias, nuestros propios fracasos y nuestras deficiencias (nuestro egoísmo, nuestro odio, nuestro orgullo, nuestros pensamientos de venganza, etc.). Aunque mediante la congelación criónica fuera posible prolongar la vida que llevamos, un día el juicio divino le pondría fin para aquellos que no siguen a Cristo, ya que la existencia de Satanás se acerca a su fin.
La congelación criónica parece ser una expresión más del anhelo humano profundamente aferrado a la vida. Luchamos contra el hecho de que nuestra vida presente es una realidad efímera. La muerte es nuestro «último enemigo» (1 Cor. 15: 26). La gente está buscando esperanza en muchos lugares, especialmente en la ciencia. Puede sonar lógico, pero, al final, la congelación criónica resulta en una pérdida de tiempo, dinero y recursos.
La Biblia nos dice que el sueño de tener vida eterna no es mera utopía. Es, más bien, nuestro destino, al menos para los que creemos en Jesús. Cuando Dios creó la vida no le puso fecha de caducidad. Estábamos destinados a vivir en comunión con Dios y en armonía con toda la creación divina, por siempre. Pero a causa del pecado perdimos el contacto con Dios, única fuente de vida.
La vida no es algo que poseemos, sino algo que se nos da (Rom. 6:23). La vida no es una realidad autónoma, sino que depende de Dios. Mejor que congelar nuestros cuerpos es reconectar nuestra existencia con Dios a través de la fe en Jesucristo. Él ha vencido a la muerte (2 Tim. 1: 10, ver también 1 Juan 5: 12) y ha garantizado la resurrección de sus hijos a la vida eterna (Juan 6: 40).