La familia

Una familia se reunió, como lo habían hecho durante muchos años; pero este año era distinto. Mientras se abrazaban y divertían juntos, algunos estaban buscando a una persona en concreto que había defraudado a algunos de los presentes, quienes habían prometido vengarse. No aparecer fue probablemente lo mejor que pudo hacer, ya que muchos de ellos estaban listos para agredirle físicamente.

Podemos elegir muchas cosas en la vida, pero no podemos escoger la familia en la que nacemos, con todas sus peculiaridades e idiosincrasias. La institución familiar fue idea de Dios. Después de haber creado a Adán y a Eva, les dijo: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Gén. 1: 28).

Antes de que Dios ordenara a Adán y a Eva formar una familia que disfrutara y cuidara de su creación, Dios unió a la pareja en matrimonio. El plan divino original fue que una familia sana estuviera formada por dos padres, hombre y mujer, completamente comprometidos a Dios y el uno al otro. Podemos observar al Señor ratificando el matrimonio y la familia a través de la Biblia. Jesús celebró estas dos instituciones al realizar su primer milagro en una boda.

Cuando la bebida que servían en el banquete se agotó, la madre de Jesús lo informó rápidamente de lo ocurrido (un acontecimiento que indica que la pareja tenía un parentesco cercano con la familia de Jesús). Para salvaguardar el honor y la dignidad de los recién casados y sus familiares, el Señor realizó un milagro, convirtiendo el agua en un delicioso vino para el banquete.

Dios planeó que las familias fueran el marco en el que podamos ser queridos, criados, educados y bendecidos; donde los pequeños puedan descubrir su valor, su identidad y su propósito. Los primeros vínculos profundos de relación se forman en la familia. Es ahí donde encontramos consuelo cuando las demás relaciones fallan. La familia nos señala que somos la creación de un Dios que se relaciona y que valora el vínculo con sus hijos e hijas.

Dios nos «consuela» como una madre (Isa. 66: 13) y, como los buenos padres, nunca abandona ni olvida a sus hijos (Heb. 13: 5). Así como un padre hace lo imposible para encontrar a su hijo perdido, Dios nos promete regresar pronto para llevarnos a vivir con él para siempre (Juan 14: 1-3).

Aunque Dios nos dejó un gran plan para tener un hogar feliz, pronto, el pecado entró en la primera familia humana y la humanidad ha sufrido desde entonces. Sin embargo, no debemos desanimarnos. El mismo Dios que creó a la primera familia puede rehacer los hogares desintegrados a través de su hijo Jesucristo.

Para una comprensión más profunda de este tema, ver el siguiente enlace: https://www.adventist.org/en/information/official-statements/statements/article/go/-/affirmation-of-family/