El matrimonio entre personas del mismo sexo

En el principio, Dios creó el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida. La Biblia nos dice que «Dios creó a los seres humanos a su propia imagen. A imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó» (Gén. 1: 27, NTV). Dios creó a Eva específicamente porque se dio cuenta que «no es bueno que el hombre [Adán] esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gén. 2: 18, NVI). Tras crearla y presentársela a Adán, dijo: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser» (Gén. 2: 24, NVI).

Sin embargo, a menudo, la vida real —incluso la vida basada en el ideal— se vuelve complicada y embrollada.

Aunque la Biblia prohíbe las relaciones sexuales fuera del matrimonio entre un hombre y una mujer, como la prostitución (Lev. 19: 29), los personajes bíblicos practicaron una serie de tradiciones fuera del modelo edénico de unión entre un hombre y una mujer. Abraham tuvo concubinas, mujeres que eran consideradas como esposas secundarias (Gén. 25: 6). La ley de Moisés incluía disposiciones para proteger los derechos de las jóvenes israelitas que eran vendidas como concubinas (Éxo. 21: 7-11). Jacob se casó con dos mujeres, una práctica conocida como poligamia (Gén. 29: 16-30). La ley de Moisés protegía el derecho de herencia de los hijos primogénitos nacidos de matrimonios en los que, al igual que en el de Jacob, una esposa era más favorecida que la otra (Deut. 21: 15-17).

Todas estas situaciones, en un grado u otro, son resultados del pecado; ninguna representa el ideal de Dios, y ninguna puede o debe usarse para justificar otros tipos de relaciones matrimoniales que son contrarias a la Palabra de Dios.

Sin duda las opiniones de la sociedad sobre el sexo, el matrimonio y el género han cambiado enormemente a lo largo de los años. Ya sea que uno personalmente piense que estos cambios son para bien o para mal, no deberían ser un problema para el cristiano. Rompiendo con las prácticas anti-bíblicas de nuestras propias culturas circundantes, siempre debemos preguntarnos qué tiene que decir la Palabra de Dios sobre estos asuntos (Rom. 12: 1-2). La Escritura prohíbe categóricamente las relaciones y matrimonios entre personas del mismo sexo (ver Lev. 18: 22, 20: 13, Rom. 1: 18-32, 1 Cor. 6: 9-10, 1 Tim. 1: 9-10).

Como cristianos, debemos tratar a los demás, incluso a aquellos con cuyo estilo de vida no estamos de acuerdo, con dignidad, respeto y amor. La sociedad, e incluso la iglesia, no siempre ha tratado a las personas homosexuales de manera justa o equitativa, y eso debe cambiar. Pero lo que no debe cambiar es la adhesión fiel de la iglesia a las enseñanzas y los estándares revelados en la Palabra de Dios.

Para una comprensión más profunda de este tema, ver el siguiente enlace: https://www.adventist.org/en/information/official-statements/statements/article/go/-/same-sex-unions/