Deudas

Las deudas, el deber dinero u otras cosas a alguien, es un problema masivo que paraliza a individuos, familias, iglesias e incluso naciones. Pablo nos dice: «No debáis nada a nadie, sino el amaros unos a otros, pues el que ama al prójimo ha cumplido la Ley» (Rom. 13: 8). Debernos mutuamente amor y respeto es una cosa, pero cuando se trata de deber dinero, esa es otra historia. Demasiadas veces compramos más de lo que podemos pagar, y resulta que finalmente la adquisición nos cuesta mucho más de lo que habíamos imaginado.

La Biblia dice: «El rico se hace dueño de los pobres, y el que toma prestado se hace siervo del que presta» (Prov. 22: 7). Jesús nos ha traído un mensaje de libertad, no de esclavitud. Cuando trabajamos demasiado para cubrir nuestros gastos o para comprar cosas que no necesitamos y no podemos pagar, resulta imposible amar como deberíamos. Jesús dice: «Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mat. 6: 24). Hay personas que no tienen suficiente tiempo para sus devociones, para ayudar a su iglesia local a prosperar, para dialogar con sus vecinos e incluso para convivir con su propia familia porque están empeñados en trabajar más y más para pagar sus facturas.

La buena noticia para quienes tienen deudas es que Dios nos puede perdonar incluso nuestra mala gestión del dinero. El apóstol Juan escribió: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1: 9). La Biblia también tiene un buen consejo para ayudarnos a evitar deudas. Jesús enseñó: «El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel, y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto» (Luc. 16: 10). Puede que de momento tengamos pocos bienes, pero ahora es cuando debemos comenzar a ser fieles, no incurriendo en más deudas. Una buena práctica es comenzar pagando la deuda más pequeña, y luego ahorrar hasta poder pagar la deuda que le sigue en importe. Esta práctica, combinada con vivir dentro de nuestras posibilidades, puede ayudarnos a liberarnos de la esclavitud financiera y darnos más tiempo para servir a Jesús.