La rivalidad

El poder es tentador, pero siempre fugaz.

Mientras que algunas personas apuestan todas sus fichas en el juego de la ruleta, otras se aferran desesperadamente al poder para mantener todo lo que han conseguido. En una danza frenética de ambición, coqueteando con la codicia, están siempre a un paso del desastre. Para muchos, la vida solo tiene que ver con el poder y el prestigio, pero esta debe consistir en algo más que en tirar abajo a los demás en nuestro ascenso a la cima.

Desde que el hijo de Adán y Eva, Caín, mató a su hermano Abel, la rivalidad egoísta siempre ha provocado catástrofes. Para muchos, una personalidad competitiva solo enmascara la inseguridad; por más que se esfuerzan, nunca encuentran satisfacción.

Es muy común que la ceremonia de entrega de medallas en los Juegos Olímpicos nos muestre una imagen extraña. Los ganadores del primer y del tercer puesto aparentemente son más felices que los que han obtenido el segundo premio. ¿Por qué se sentiría el segundo finalista más frustrado que el último en el podio? Porque la medalla de plata se gana mediante la derrota, mientras que la de bronce se gana mediante la victoria. Mientras uno piensa: «¿Por qué no estoy en el primer puesto?», el otro celebra «¡Hurra! ¡Qué bien que he conseguido un lugar en el podio!». Todo depende de la perspectiva.

Hacia el final de su vida, el apóstol Pablo escribió: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida» (2 Tim. 4: 7-8). En la carrera de la vida, la victoria no consta en ser mejor que los demás, sino de seguir desarrollando las habilidades personales, superando la mejor versión de ti mismo.

En realidad, solo hay una respuesta a la rivalidad y a los celos de los demás. No importa cuánto tengas, siempre conocerás a alguien que tenga más que tú, por lo que debes aprender a estar agradecido, muy agradecido, por lo que tienes ahora, porque siempre habrá quienes tengan menos. Alaba al Señor, agradece al Señor cada día por las bendiciones que tienes. Este hábito espiritual te liberará de las garras de la rivalidad si lo haces con fe y gratitud.