La enfermedad

Lidiar con la enfermedad puede ser una experiencia desalentadora y solitaria. En esos momentos, es importante recordar que Dios ha prometido caminar a nuestro lado en cualquier situación en que nos encontremos y, cuando las cosas van a peor, no dejará de acompañarnos. Dios dice: «Hasta vuestra vejez yo seré el mismo y hasta vuestras canas os sostendré. Yo, el que hice, yo os llevaré, os sostendré y os guardaré» (Isa. 46: 4).

Jesús comprende profundamente todo lo que nos pasa. Él puede liberarnos del mal y siempre está dispuesto a hacerlo. El apóstol Santiago escribió: «¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará» (Sant. 5: 14-15). Estos versículos nos animan a los creyentes a orar con fe por los enfermos. En cada situación, no importa cuán desesperada sea la perspectiva o el pronóstico, estamos llamados a ejercer nuestra fe y alentar a los que están luchando.

Dios nos concede algunas de sus mayores bendiciones en medio de las pruebas. Dios puede moldearnos, fortalecernos y sostenernos incluso si, en última instancia, la curación completa no llega. Continúa creyendo en el poder de Dios para sanar. A veces, Dios nos enseña más y nos acerca más a él cuando caminamos por la senda dolorosa del sufrimiento.

En un reflexivo canto de alabanza, David preguntó: «¿A dónde me iré de tu espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiera a los cielos, allí estás tú; y si en el seol hiciera mi estrado, allí tú estás. Si tomara las alas del alba y habitara en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra» (Sal. 139: 7-10). No importa lo que traiga la vida, Dios siempre estará contigo y con aquellos que amas.