El divorcio

Si eres inteligente, te casas con una buena dosis de realidad junto a las estrellas de tus ideales y los sueños de tu corazón. Tú sabes que no es fácil que dos personas se entiendan siempre, por mucho que se amen y se respeten mutuamente. Antes de la boda, por supuesto, hay que resolver las grandes cuestiones, tales como, ¿tendremos hijos o solo un lindo perrito? Y ambos estáis de acuerdo en que en un mundo imperfecto hay que negociar compromisos.

Pero luego viene la realidad. Resulta que eres más diferente de lo que creías. Tú eres muy soñador y ella es muy realista. Además, no tenías idea de cuán profundamente tu pareja (y tú también) estáis influenciados por los valores de vuestros padres. ¿Cómo puedo vivir así? Te preguntas. ¿Qué voy a hacer? Esa es una pregunta seria, porque Dios nunca quiso que las parejas casadas se divorciaran.

La ley de Moisés precisaba que el divorcio era permisible en casos de negligencia y abuso (Éxo. 21: 10-11; 26-27). También establecía que un hombre podía divorciarse de su esposa si encontraba en ella algo suficientemente objetable (Deut. 24: 1-4). Un día, los fariseos pusieron a prueba a Jesús y le preguntaron: «¿Está permitido al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?» (Mat. 19: 3). En ese momento y lugar, la mayoría de la gente estaba de acuerdo o con las enseñanzas del rabino Shamai, que enseñaba que uno solo podía divorciarse por adulterio, o con las del rabino Hillel, que enseñaba que el divorcio era posible por más razones. Los fariseos esperaban que Jesús se definiese por un lado del debate o por otro, para poder dividir a los seguidores de Jesús sobre el tema.

Jesús respondió citando Génesis 1: 27 y 2: 24, recordando que Dios creó tanto la sexualidad como el matrimonio, y que la intención de este era la unión plena de cuerpo y espíritu. Cuando los fariseos presionaron a Jesús preguntándole por qué Moisés había permitido que los hombres dieran a sus esposas un certificado de divorcio, Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así» (Mat. 19: 8). Jesús reprobó a aquellos que se divorciaban de sus esposas por razones egoístas, excusando sus acciones en la ley de Moisés. Además, declaró que eran tan culpables de adulterio como aquellos que habían cometido inmoralidad sexual (Mat. 19: 9). El apóstol Pablo escribió que, si un cónyuge incrédulo se empeña en divorciarse del cristiano, este debe «dejarlo partir», divorciándose con la conciencia tranquila, porque Dios nos llamó a «vivir en paz» (1 Cor. 7: 15).

Si encuentras que tu matrimonio se está desintegrando debido a la negligencia o simplemente al paso del tiempo, pon empeño para que vuelva a encaminarse. Ora y haz saber a tu cónyuge que tú deseas un matrimonio unido, saludable y satisfactorio. Es posible que necesites ayuda de consejeros profesionales. Al mismo tiempo, ten cuidado de no criticar tu matrimonio ante personas que no estén implicadas en su solución.

Si te encuentras en un matrimonio desgarrado por el abuso u otra forma de infidelidad, ora y busca el consejo de amigos sabios e incluso de consejeros profesionales. Si te están maltratando, haz lo que sea necesario para protegerte a ti mismo y a cualquier otra persona en peligro. También recuerda que, incluso cuando tengas razones bíblicas para divorciarte, aún es posible perdonar a tu cónyuge y reconstruir tu matrimonio.

Hoy, decide vivir tu vida de tal manera que valores al máximo tu relación matrimonial y la de cualquier otra persona.