La autolesión

Las personas pueden llegar a usar métodos sorprendentes para lidiar con las emociones abrumadoras.

Uno de estos métodos es el corte, una forma de autolesión utilizada como estrategia para salir adelante. Cuando están tristes, frustrados o enfadados, algunos jóvenes usan cuchillas u objetos afilados para lesionarse las muñecas o los brazos, ya que sienten que les ayuda a aliviar su dolor emocional. Algunos se autolesionan cuando se sienten entumecidos; el dolor les recuerda que están vivos. Sin embargo, poco después de hacerlo, sienten remordimientos y desaliento.

La autolesión puede ser un comportamiento adictivo, ya que el individuo llega a depender del sentimiento de alivio que le proporciona. Al mismo tiempo, es posible que tenga que aumentar el nivel de daño para conseguir el efecto inicial. Las heridas pueden infectarse o causar pérdidas de sangre serias.

Generalmente, la autolesión no se considera un comportamiento suicida, ya que se trata de un intento de lidiar con las presiones de la vida, en vez de escapar de ellas. Aun así, esta conducta deja cicatrices físicas o marcas que los autores intentan esconder, volviéndose reservados, aislados y probablemente avergonzados, culpables y deprimidos.

Si estás practicando la autolesión o tienes un amigo que se encuentra en esta situación, tienes que actuar de inmediato. Hay métodos para evitar autolesionarte cuando sientas la necesidad como, por ejemplo, sujetar firmemente cubos de hielo en las manos, dibujar en tus brazos con un rotulador rojo o darte una ducha fría. Sin embargo, esto no aborda la raíz del problema. Para controlar tus sentimientos y emociones necesitas hablar abiertamente con alguien sobre lo que realmente te está consumiendo. Puedes hablar con tus padres, un tutor, otros adultos responsables o con un buen amigo. Tienes que expresar tus sentimientos verbalmente a alguien que te pueda escuchar. Superar el hábito de autolesionarse puede llegar a ser una lucha, con muchos altibajos, pero todo es posible mediante el poder de Dios.

Por último, recuerda que siempre puedes conseguir fortaleza a través de la oración, hablando con Dios al igual que lo harías con algún amigo. Jesús dice: «Ya no os llamaré siervos, […] porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos» (Juan 15: 15).