La masturbación

La Biblia no hace ninguna referencia directa a la masturbación o autoestimulación sexual. Pero nos exhorta a la moralidad sexual y nos dice que nuestros cuerpos pertenecen a Dios (ver 1 Cor. 6: 12-20).

Dios nos creó como seres sexuados, capaces de una intensa intimidad con otra persona. Génesis 2: 24 describe la unión marital entre un hombre y una mujer como un proceso que los convierte en «una sola carne». La masturbación saca la sexualidad del contexto dado por Dios, convirtiéndola simplemente en un acto centrado en uno mismo.

Es fácil obsesionarse por la masturbación o caer en la dependencia, entregándose a la lujuria. Jesús nos dice que eso ya es una forma de adulterio (Mat. 5: 27-28). Cuando tal comportamiento continúa puede distorsionar la vida matrimonial del adicto, si su relación matrimonial no consigue contrarrestar los problemas emocionales que lo llevaron a ese comportamiento compulsivo.

Dios nos llama a un nivel de aspiraciones más alto. El apóstol Pablo escribió: «La voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa [o su propio cuerpo, según la NVI] en santidad y honor, no en pasión desordenada, como los gentiles que no conocen a Dios» (1 Tes. 4: 3-5).

Nuestra sexualidad es una parte esencial de nuestro ser, que determina cómo nos sentimos con nosotros mismos y como interactuamos con el mundo. Afecta la forma en que nos conectamos con Dios y con los demás. La masturbación reduce nuestra sexualidad a un acto físico y puede dejar a alguien sintiéndose vacío, insatisfecho, culpable y desconectado de sí mismo, de los demás y de Dios.

A veces, cuando alguien no puede superar la masturbación por sí mismo, debe buscar la ayuda de un profesional. La tentación sexual es fuerte, y por la gracia de Dios podemos obtener la victoria incluso sobre esto, pero solo si estamos dispuestos a luchar contra nosotros mismos, el pecado y la carne.