La violación
Toda violación es un acto de abuso de poder, es inequívocamente malvado a los ojos de Dios. No hay nada en la manera de vestir de una persona o en su forma de comportarse, que justifique o que la haga merecedora de una agresión sexual. La violación nunca es culpa de la persona asaltada. Si has sobrevivido a una violación, debes saber que no fue por tu culpa.
La Biblia incluye historias de sobrevivientes de acoso sexual como Dina (Gén. 34) y Tamar (2 Sam. 13). Aunque estos dos ejemplos son de mujeres, los hombres también pueden sufrir agresiones sexuales. La violación produce miedo y desesperación, y a menudo destruye la confianza en los demás. Su impacto puede afectar cualquier aspecto de la vida. Puede dejar a sus víctimas con sentimientos de vacío que los desconectan del mundo que los rodea.
La gente a menudo se imagina a un violador típico como un extraño en un callejón oscuro, pero la violación a menudo es perpetrada por quienes ya conocen a su víctima más o menos bien. Los violadores pueden usar su situación de autoridad, incluida su autoridad espiritual, como medio de presión sobre sus víctimas, aprovechando ese desequilibrio de poder para obligarlos a tener relaciones sexuales. La violación suele ocurrir cuando alguien conocido por la víctima se aprovecha de su situación social para obligarla a tener sexo en contra de su voluntad.
Para el tratamiento de las consecuencias de una violación conviene contar con una persona de confianza. Ponte en contacto con un amigo, un pastor u otro adulto de absoluta confianza. Es importante denunciar el asalto a la policía. Hacerte acompañar por un/a amigo/a para informar la violación puede hacer más fácil una entrevista siempre dolorosa con las autoridades. Si optas informar una violación tienes que entrar en todos los detalles. La denuncia de lo ocurrido no consiste solo en protestar por la violación, sino también en responsabilizar al atacante. Al romper el silencio no solo estás ejerciendo tus derechos, sino que estás protegiendo a otras víctimas potenciales. Denunciar el crimen permite que la policía y los sistemas judiciales responsabilicen al agresor por sus acciones.
Cuando llegue el momento, explica lo que sucedió. Esto puede representar un serio desafío por muchas razones, incluyendo el estrés de rememorar el suceso y el temor de que puedan no creerte. Encuentra un consejero con quien hablar para procesar las fuertes emociones que sentirás sin duda. No te preocupes si te encuentras agotado o incluso inseguro de qué sientes en realidad. Esas emociones no son algo de lo que sentirse culpable. La ira suele salir a la superficie cuando ya estás listo para empezar a curarte. Efesios 4: 26 dice: «Airaos, pero no pequéis».
Sentirse solo, enojado o sucio son reacciones normales. La curación comienza lentamente. Si te cuesta orar tras el asalto, confía en que pronto volverás a poder hablar con Dios. Por ahora, te basta con saber que él está contigo y que es lo suficientemente grande como para resolver ese percance de tu vida. Puedes estar seguro de que hay esperanza de vida después de una violación, independientemente de que tu historia sea creída o no. La violación es una experiencia demoledora y devastadora, pero hay esperanza de vivir una vida libre de la sombra de ese accidente, que no tiene por qué marcar el resto de tu vida.
Tanto los hombres como las mujeres debemos tomar partido para confrontar y prevenir la violación. En primer lugar, reconociendo que sucede. Ocurre cerca de nuestra casa, en nuestros vecindarios, escuelas, iglesias y comunidades. Unos y otras debemos observar con los ojos bien abiertos qué pasa en la interacción social de nuestro entorno y atrevernos a hablar cuando se están forzando los límites de alguien. Se necesitan defensores que tomen la palabra para proteger a quienes son abusados y obligados a situaciones sexuales indeseadas. Esto es seguir la advertencia de Romanos 12: 21: «No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien».