El ejercicio
Las investigaciones sugieren que el estrés puede desgastar las miles de conexiones neuronales que hay en nuestro cuerpo, y que la depresión crónica puede reducir algunas zonas del cerebro. Por el contrario, el ejercicio físico libera una serie de sustancia químicas y factores de crecimiento que pueden revertir este proceso, ayudando a mantener la infraestructura del cerebro. El ejercicio físico también mejora nuestras capacidades cognitivas (nuestras habilidades mentales) y, aún más, nuestra salud emocional. Numerosos estudios han demostrado que una buena calidad de vida depende del equilibro entre la salud física, mental y espiritual.
El ejercicio físico se asocia con menos síntomas de ansiedad y depresión, y puede ayudar a prevenir y controlar la diabetes tipo dos. Una vida activa físicamente puede desempeñar un papel importante en el aumento de los niveles de colesterol «bueno» y reducir los niveles del «malo». En cuanto a las personas con asma, puede reducir la inflamación en sus vías respiratorias. El entrenamiento mediante ejercicios de resistencia puede fortalecer los huesos, mejorar el sistema cardiovascular y reducir el riesgo de osteoporosis. El ejercicio regular puede reducir los niveles de estrés y mejorar el sueño. Finalmente, la actividad física produce sustancias químicas corporales conocidas como endorfinas, asociadas con la felicidad a largo plazo (que pueden ayudar al cuerpo a aguantar el dolor, reducir los efectos del estrés y fortalecer el sistema inmunitario).
La Biblia describe el cuerpo como el templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6: 19). Nuestra salud física se refleja en el cerebro, que es el medio del Espíritu Santo para conectarse con nosotros. El ejercicio físico es uno de los ocho «remedios naturales» (siendo los demás la nutrición, el agua, la luz solar, la temperancia, el aire, el descanso y la confianza en Dios). El ejercicio habitual es esencial si queremos tener una vida más larga y sana, para así servir mejor a nuestro Creador y a nuestros prójimos.