Holismo

Los autores bíblicos ven el conjunto de la realidad como una sola unidad total centrada en Dios, que lo creó todo. Esto mismo se aplica a los seres humanos. Consistimos en cuerpo, mente y espíritu, tres aspectos diferentes de nuestro ser, que juntos forman una unidad inseparable: una persona completamente integrada. A esta unidad la llamamos nuestra “naturaleza holística”. Nadie puede existir o seguir existiendo si falta alguno de esos tres elementos. Cuando el cuerpo físico deja de vivir, todo el ser humano desaparece con él. No tenemos almas que puedan subsistir como entidades independientes; porque en realidad somos almas (Gén. 2: 7), es decir, somos seres humanos vivos.

Esta forma de ver la naturaleza humana cambia nuestra manera de entender la vida y la muerte. Cuando morimos, simplemente dejamos de pensar, sentir y desear (Ecl. 9: 5-6, 10). Los muertos están en un estado de completo silencio (Sal. 115: 17). «Dormimos» hasta la resurrección, cuando Dios nos dará nueva vida (1 Cor. 15: 42). Nuestra visión de la muerte cambia, pero también lo hace nuestra visión de la vida. Lo que sentimos, lo que apreciamos, cómo pensamos y actuamos, todo se ve profundamente afectado por la calidad de nuestra espiritualidad. Nuestra vida interior (nuestra mente y espíritu) también está estrechamente relacionada con nuestra vida física (nuestro cuerpo). Por consiguiente, todos los aspectos de nuestra existencia (como nuestra dieta, nuestros hábitos de sueño o nuestra sexualidad) importan profundamente. Porque influyen en nuestro ser interior, que está marcado por todas esas cosas, por muy externas y carnales que nos parezcan.

Tenemos la gran responsabilidad de cuidarnos. Necesitamos tener mucho cuidado con el modo con que tratamos a nuestro cuerpo, a nuestra mente y a nuestro espíritu. Es nuestro deber esforzarnos por mantener estas tres facetas de nuestro ser en equilibrio hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tes. 5: 23). Con todo nuestro ser obrando en unidad de todas sus facultades esperamos el día en que Dios restaure su semejanza en nosotros y nos haga verdaderamente completos.