¿Cómo deberíamos orar?
¿Por qué será que podemos hablar con amigos más de una hora, pero con Dios solo podemos charlar unos pocos minutos? Es porque no estamos usando la oración correctamente. Cuando oramos, necesitamos hablar con Dios como lo haríamos con un amigo.
Dios nos dio la oración para que pudiéramos hablar y desarrollar una relación amistosa con él. Dios desea ser nuestro amigo. Desafortunadamente, demasiado a menudo convertimos la oración en una lista de peticiones. Comenzamos nuestras oraciones agradeciendo a Dios y seguimos con nuestra lista para Santa Claus: «Por favor, bendice a mamá y a este y a aquel; bendice a papá y ayúdame; bendice a mi amigo y ayuda a mi abuela; acompaña a mi vecino, etcétera». Hacemos una lista que Dios debe responder a la mayor brevedad posible.
Imagina si hiciéramos lo mismo con nuestro mejor amigo: «Hola Carlos, quiero agradecerte que seas mi amigo y por estar siempre ahí por mí. ¿Puedes llevarme al trabajo hoy y luego recoger mi camisa de la lavandería; luego puedes comprar comida para mi perro y llevar a mi abuela a la consulta del doctor y traerla de vuelta a casa y después ir a la panadería y comprar algo para mí?». Imagínate si hiciéramos esto cada día. ¿Cómo se sentiría tu amigo? Probablemente se sentiría utilizado, sin embargo, es lo que hacemos con Dios cuando oramos. Le agradecemos y le rogamos que atienda una lista de peticiones o que bendiga cierta cantidad de gente. Por eso nuestras oraciones solo duran un par de minutos.
La oración nunca tuvo la finalidad de ser una lista de requerimientos o «lista de tareas» que Dios tiene que responder satisfactoriamente. La oración tiene que ver con comunicarnos con Dios y conversar con él.
La próxima vez que comiences a orar, intenta no pedirle a Dios nada. Intenta hablar con él. Cuéntale cómo ha ido tu día. Cuéntale asuntos de tu escuela o de tu familia. Habla con él sobre tus preocupaciones. Comparte con él tus planes para el fin de semana. Dile a Dios cómo te sientes y por qué. Habla con él como si fuera tu amigo. Esto puede ser difícil al principio porque no es a lo que estás acostumbrado en cuestiones de la oración. Pero no te rindas. Sigue intentándolo. Sigue hablando. Sigue orando. Dios está siempre escuchando. Muy pronto te darás cuenta de que tus oraciones no duran solo treinta segundos. Cuanto más hables con Dios, más disfrutarás de hablar con él. «Orad sin cesar» (1 Tes. 5: 17).