¿Oramos?
Algunas personas para orar se dan golpes, mientras que otras cantan sin cesar. Unos oran a menudo, otros solo cuando tienen problemas. Si hay tantas maneras de orar, ¿cómo encontrar la mejor? Los discípulos de Jesús le hicieron una pregunta muy similar un día que lo escucharon orar.
Él les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal» (Luc. 11: 2-4). La oración modelo de Jesús fue breve, completa y simple. Él no les pidió a los discípulos que hicieran nada especial para hablar con Dios.
También es importante saber que cuando oramos, alguien está listo para ayudarnos: «De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Rom. 8: 26). El Espíritu Santo toma nuestras deficientes oraciones y las traduce al lenguaje del cielo. ¿No es eso maravilloso?
La Biblia nos anima a «orar sin cesar» (1 Tes. 5: 17). Orar así puede llegar a ser tan fácil como respirar, si mantenemos nuestro corazón y nuestra mente constantemente en sintonía con Dios. A veces, nos arrodillamos y cerramos los ojos para orar, pero esto no es tan importante como permanecer en contacto continuo con Dios y obedecer su voz.
El rey David escribió: «Si en mi corazón hubiera yo mirado a la maldad, el Señor no me habría escuchado» (Sal. 66: 18). Mientras oras, deja que el Espíritu Santo te convenza de pecado o de cualquier cosa que impida que Dios actúe en tu vida.