El verdadero estado de los muertos

La muerte cautiva a la gente. Sus misterios inspiran historias, libros y películas que exploran nuestro destino final. Algunas historias y religiones sugieren que alguna parte de nosotros sobrevive a la muerte, y se queda viva, ya sea viviendo en el paraíso, sufriendo en el infierno, rondando a los vivos o incluso reencarnándose en una nueva personalidad.

Irónicamente, la muerte surge en el sitio más inesperado, el Edén, y fue Dios quien sacó primero el tema. Cuando Dios advirtió a Adán y a Eva que comer del árbol del conocimiento del bien y del mal les llevaría a la muerte (Gén. 2: 17), trazó una marca en la arena. La muerte es un fenómeno real, y comenzó a imponerse cuando los primeros humanos desobedecieron a Dios.

Adán y Eva cayeron cuando creyeron la mentira de Satanás de que comer la fruta prohibida no les conduciría a la muerte (Gén. 3: 4). Satanás ha usado variaciones de su mentira para convencer a muchos de que sus seres queridos fallecidos están todavía vivos con otra forma, a pesar de que la Biblia es clara sobre el tema de que los muertos no saben nada (Ecl. 9: 5).

La Biblia enseña que cuando el cuerpo muere, permanece en la tumba. Se descompone en «polvo», los elementos con los que Dios lo formó (Gén. 3: 19). El «aliento» con el que Dios lo animó (Gén. 2: 7), él lo toma de nuevo (Sant. 2: 26).

Pero ¿qué pasa con el alma? ¿El alma de las personas, por ejemplo, vuelve a Dios cuando mueren? La respuesta a esta pregunta gira en torno al significado de la palabra «alma». Según las Escrituras, no tenemos almas, somos almas. La Biblia enseña que el alma consiste en dos cosas: un cuerpo físico más el «aliento» o «alma viviente». La palabra en hebreo traducida en este texto como «alma» o «ser» es nefesh, y es usada 754 veces en el Antiguo Testamento (el equivalente al término griego, psujé, usada en el Nuevo Testamento). También es traducida de muchas otras maneras, incluyendo «criaturas» (Gén. 1: 24), «cosa» (Lev. 11: 10) y «vida» (Gén. 1: 30).

La ciencia está revelando cada vez más la unidad de la mente (o personalidad) y el cuerpo físico. Sus descubrimientos subrayan lo que la Biblia nos dice sobre el tema de la persona. Mientras todavía tenemos mucho que aprender, es innegable que el quién y el qué son las personas, está unido intrínsecamente a las neuronas y otras estructuras del cerebro físico. Cualquier daño en sus delicados tejidos, altera o destruye la persona de un individuo. La insidiosa enfermedad de Alzheimer, por ejemplo, borra progresivamente a la persona. La personalidad consiste en aquellas memorias y hábitos almacenados en la estructura física del sistema nervioso. Así como cualquier cosa que daña el disco duro de un ordenador causa que pare de funcionar, del mismo modo el daño neurológico acaba con la persona, que es lo que somos.

¿Mueren las personas (almas)? Por supuesto. Eze. 18: 20 dice: «El alma que peque, esa morirá». Las almas no son inmortales, solo Dios lo es (1 Tim. 6: 15-16). Toda vida consiste en actividad bioquímica continua. Las Escrituras describen esa actividad a través del símbolo del aliento. Para las personas de los tiempos bíblicos era fácil ver que cuando un animal o ser humano morían, dejaban de respirar y su cuerpo comenzaba a desintegrarse. Dios es la fuente de ese aliento, esa fuerza de vida. La palabra hebrea nefesh de hecho significa ‘garganta’, el lugar donde los antiguos podían ver donde tenía lugar la respiración (ver Isa. 5: 14, en el cual es traducida como ‘boca’ o ‘garganta’). La muerte, en palabras de Eclesiastés 12: 7, ocurre cuando «el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio». O como dicen otras versiones: «El aliento vuelve a Dios quien lo dio».

¿Los que mueren forman parte de algo de lo que ocurre en la tierra? Eclesiastés 9: 6 afirma claramente que «también perecen su amor, su odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol».

Todo perece cuando morimos, excepto nuestro aliento que vuelve a Dios. ¿Cómo explicamos entonces la visión de seres queridos fallecidos o fantasmas? Algunas veces la tristeza y el remordimiento pueden jugarnos malas pasadas en nuestra mente. Puede que veamos y escuchemos lo que desesperadamente queremos creer: que nuestros seres queridos no se han ido para siempre, sino que están todavía con nosotros. En otros casos, los demonios se hacen pasar por los muertos (como en el caso de la visita de Saúl a la pitonisa de Endor en 1 Sam. 28), y usan otras apariciones para mantener sujetas a las personas al miedo a los muertos (Heb. 2: 14-15). Pero aquí vienen buenas noticias.

La Biblia nos enseña que un día Dios traerá a los justos que han muerto de nuevo a la vida, para vivir con él por la eternidad. «El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces, los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4: 16-17). Dios creará un cuerpo nuevo, de magnificente resurrección (1 Cor. 15: 35-54), animado con la fuerza de vida que solo él puede dar, y con su perfecto cerebro lleno con las memorias y los rasgos de personalidad que él ha preservado amorosamente en su memoria infalible. Luego, seremos de nuevo nosotros, pero una versión mucho mejor.