¿Cómo podemos entender el sufrimiento?

Este mundo es el campo de batalla de una guerra que empezó muy lejos de aquí, en el cielo. Ezequiel 28: 13-19 e Isaías 14: 12-14 describen lo que desencadenó este conflicto: el orgullo y la vanidad. Lucifer era un ángel perfecto creado por Dios, a quien se le había confiado un cargo muy alto, siendo amado y respetado por todos. Sin embargo, la envidia germinó en su corazón y llegó a desear la posición que le pertenecía solo a Dios.

Un tercio de los ángeles (ver Apoc. 12: 4) escogió unirse a Lucifer. El universo esperaba a ver lo que pasaría. ¿Actuaría Dios como un tirano, tal como Lucifer sostenía? ¿Acaso las leyes que los seres creados por él tenían que obedecer demostraban la arbitrariedad de Dios o eran para su beneficio y protección?

Algunas personas se preguntan: si Dios que es omnisciente conocía los sentimientos de Lucifer desde un principio, ¿por qué no lo destruyó antes de que el conflicto se extendiera? Si Dios hubiera destruido a Satanás desde el principio, ¿cómo se habrían sentido el resto de los seres creados por Dios? El Creador permitió que las consecuencias de la rebelión llegaran a conocerse para que cualquiera pudiera tomar una decisión propia y escoger a quien querían seguir. También tenía que ofrecer una oportunidad justa para que el rebelde pudiera regresar al buen camino por su propia voluntad, aunque finalmente no eligiera hacerlo.

Otros van incluso más lejos y preguntan: ¿No podría Dios haber creado un universo en el que el mal no existiera? Intentemos responder con otra pregunta: ¿puede Dios crear un círculo cuadrado? No tiene sentido, porque Dios no viola sus propias leyes y no obra basándose en imposibilidades lógicas. Para crear el universo con seres dotados de libre albedrío, Dios tuvo que asumir unos riesgos, incluida la posibilidad de que estos escogieran el mal. Dios no quería crear robots, programados solo para obedecer. Dios es amor (1 Juan 4: 8) y quiere ser amado, pero el amor requiere libre albedrío. A nadie se le puede forzar a amar.

El mal existe porque Dios nos otorgó el libre albedrío. Si Dios no existiera, la definición del mal en sí no tendría sentido, dado que el mal es lo opuesto del bien, y sin una moral absoluta con la que compararlo, ¿cómo podemos determinar cuál es cuál? Sabemos que una línea está torcida porque podemos compararla con una línea recta.

La guerra siempre acarrea traumas. Si lo dudas, pregúntaselo a un excombatiente. Pero es bueno saber que, a pesar de todo, Dios está personalmente comprometido con nuestra redención, incluso si todos sufrimos las heridas de alguna guerra.

La Biblia nos asegura que «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes los aman» (Rom. 8: 28). El mal y el sufrimiento no provienen de Dios, sino que, tras haber pagado un precio infinito, pondrá fin al mal y al sufrimiento de una vez por todas.