El sentido de pertenencia: ¿Quién me quiere?
Pertenecer a un grupo es lo primero que ocurre. Dios diseñó la vida para que nadie naciera solo. Antes de que existiera el primer niño ya había padres, una comunidad amorosa y afectuosa de personas que serían su familia. Dios es un ser relacional (tres en uno), y todo lo que creó se relaciona con él y con otros seres. Necesitamos pertenecer.
Lamentablemente, el ideal que Dios tenía para nosotros se ha visto afectado por el pecado. Cada nueva vida no siempre es recibida y bienvenida por su entorno con el amor y el cariño que haría falta. Demasiadas personas se preguntan: «¿Quién me quiere?».
¡Qué reconfortante es saber que nuestro Creador nunca nos abandona! Él ya nos conoce antes de nacer (Jer. 1: 5). Se interesó por tu vida antes de que tú lo supieras. Hoy está contigo, a tu lado, y quiere que te sientas parte de su familia. Por eso la Biblia describe a Dios como nuestro Padre y a nosotros como sus hijos (2 Cor. 6: 18; 1 Juan 3: 1). En Jesús, Dios estuvo dispuesto a invertir todo para asegurarse de que tú llegases a ser parte de su familia. Él nunca te dejará ni te desamparará (Heb. 13: 5). Tienes el privilegio de pertenecer a la familia de Dios (Efe. 2: 19).
Un día Jesús estaba enseñando en una casa llena de gente que quería aprender de él (ver Mar. 3: 31-35). Cuando sus familiares de sangre, su madre y hermanos, vinieron y quisieron hablar con él, no respondió como se esperaba. Todos habrían comprendido que Jesús se hubiese tomado un breve descanso para reunirse con ellos, pero no lo hizo. En cambio, preguntó: «¿Quién es mi madre, y quienes son mis hermanos?». Y luego miró a los ojos de los que estaban sentados en torno suyo y dijo: «¡Aquí están mi madre y mis hermanos! Porque quien hace la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mat. 12: 48-50).
Jesús aprovechó la ocasión para enseñar una lección muy profunda. Si has decidido seguir al Señor y emprender el camino de amor al que Dios te invita, él se identificará plenamente contigo como tu Hermano. Eres parte de su verdadera familia. Tú le perteneces, para siempre.