¿Cómo puedo alcanzar la perfección?
¿Qué significa ser «perfecto»? Cuando nace un bebé con diez dedos en las manos y otros tantos en los pies, decimos: «¡Es perfecto!». A veces recordamos el tiempo pasado con familiares y amigos y pensamos: «Tuvimos un día perfecto».
Algunos cristianos piensan en la perfección como un estado de impecabilidad absoluta. Tienen miedo de que algún pecado olvidado o cometido en el último minuto pueda impedir que se salven. Tales temores les impiden confiar plenamente en el único Hombre perfecto que ha vivido: Jesús.
La Biblia nos dice: «Ciertamente no hay en la tierra hombre tan justo, que haga el bien y nunca peque» (Ecl. 7: 20). Sin embargo, Jesús vino a este mundo a vivir una vida perfecta en nuestro lugar, y ahora, cuando aceptamos su perdón, Dios tiene en cuenta la vida de Jesús en lugar de la nuestra. Para los creyentes que crecen en la gracia, la vida de Jesús los inspira a vivir, mientras esperan el día en que serán definitivamente perfeccionados. Aunque ninguno es perfecto en esta vida terrenal, desde la perspectiva de la eternidad, Cristo, «con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (Heb. 10: 14).
El apóstol Pablo explica así la diferencia que Jesús hace en nuestras vidas: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu, porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. […] Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz» (Rom. 8: 1-2, 5-6).
Un texto que a menudo suscita debate son las palabras de Jesús en el Sermón del Monte: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mat. 5: 48). El contexto, sin embargo, nos dice que Jesús está hablando acerca de cómo tratamos a los demás, no de cómo evitar el pecado. Esto lo prueba el pasaje paralelo de Lucas 6: 36, donde Jesús dice: «Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso».
Sí, Dios nos llama a la perfección, la perfección que es nuestra, incluso ahora, en Jesucristo. Y, a medida que día a día crezcamos en gracia, día a día aprendamos más sobre lo que significa amar a los demás, día a día aprendamos a los pies del Maestro, nos volveremos más y más como Jesús, perfectos en nuestra esfera tal como él lo era en la suya, sabiendo siempre que nuestra salvación se encuentra en él y en el registro de su vida perfecta para nosotros.