¿Por qué hay tantas iglesias?

A pesar de que tantos cristianos hablan de «unidad» y de «fraternidad» en la iglesia, según algunas estimaciones, actualmente hay más de veinte mil denominaciones cristianas diferentes en el mundo. ¿Cómo es posible que la misma iglesia que Jesús vino a establecer con «una fe, un Señor, un bautismo» (Efe. 4: 5) se haya convertido en algo con tantas divisiones? Hay al menos dos respuestas a esta pregunta:

  1. Dios respeta nuestra libertad de elección. La libertad de elección es sagrada para Dios. Desea que nosotros decidamos seguirlo, libremente. «Venid luego, y razonemos juntos» (Isa. 1: 18) es la invitación de Cristo para nosotros. ¡Qué maravilloso amor! Pero ese mismo amor por la libertad significa que podemos elegir libremente no seguir a Cristo, e incluso decidir crear una nueva iglesia o denominación que Dios nunca tuvo la intención de tener.
  2. Dios revela nuevas verdades que llevan al surgimiento de nuevas iglesias. El descubrimiento de nuevas verdades a menudo conduce a nuevas misiones para el pueblo de Dios, y muchas veces eso significa la organización de una nueva iglesia. El primer ejemplo de esto lo da el surgimiento de la propia iglesia cristiana en el siglo primero. En el año 1517, Martín Lutero descubrió nuevas verdades en la Biblia y asumió la nueva misión de ayudar a los creyentes a relacionarse directamente con Dios, fundando así la Iglesia Luterana. En los años 1700, John Wesley aprendió nuevas verdades y asumió la nueva misión de invitar a los creyentes a comprometerse a una obediencia personal a Cristo. El resultado fue la Iglesia Metodista.

La Biblia da tres características claras de quienes forman la iglesia de Dios de los últimos días:

  1. Procuran guardar los Diez Mandamientos de Dios, incluido el mandamiento que pide santificar el sábado en el séptimo día (Apoc. 12: 17, Éxo. 20: 8-11, Apoc. 14: 7).
  2. Tienen el don de la profecía y toman en serio las profecías bíblicas (Apoc. 12: 17; 19: 10).
  3. Son un movimiento global que predica el evangelio en el tiempo del fin, representado en los mensajes de los tres ángeles (Apoc. 14: 6-12).