La libertad de elección
Desde el principio, Dios hizo a los seres humanos libres. Adán y Eva eran libres de comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, aunque Dios les ordenó que no lo hicieran. Hay una diferencia importante entre la libertad que Dios ofrece y la libertad tal y como la entiende demasiado a menudo el mundo de hoy. Esta libertad corresponde más o menos a hacer lo que queramos, como queramos y cuando queramos. Pero en la visión de Dios, la libertad de elección se centra en el deseo divino de que seamos lo mejor que podemos llegar a ser.
La libertad que Jesús ofrece nos libera de la «esclavitud» del pecado. De hecho, como recomienda Pablo, «estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud» (Gál. 5: 1). Vivimos en tensión entre dos polos: el bien y el mal, la vida y la muerte. Ser libre significa tener la opción de inclinarnos hacia uno u otro. Aceptar la libertad de Dios implica un claro alejamiento del mal y un deliberado acercarnos hacia lo que es bueno.
Al hacer uso de nuestra libertad de elección, ¿cómo podemos saber qué es bueno y qué es malo? Pablo menciona tres factores importantes a considerar. El primero, y fundamental, es la presencia de Dios en nuestros corazones. El Espíritu Santo nos ayuda a tomar las mejores decisiones, ofreciéndonos la oportunidad de alcanzar nuestro verdadero potencial, porque «donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Cor. 3: 17). Si el Espíritu Santo nos llena, nos orientamos libremente hacia la voluntad de Dios.
El segundo factor decisivo es la Ley de Dios. No debemos considerarla como algo que nos aprisiona, ni como un medio para obtener la salvación. Más bien, la Ley nos ayuda a saber qué es bueno en nuestra relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos. La Ley de Dios no es un objetivo a alcanzar sino una dirección a seguir, para amar a Dios y a los demás como a nosotros mismos (Mar. 12: 29-31). Pablo escribió: «Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros» (Gál. 5: 13).
Finalmente, otro factor esencial es la experiencia: «Examinadlo todo y retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal» (1 Tes. 5: 21-22). Tanto si se trata de fracasos como de éxitos, podemos aprender mucho de nuestras experiencias. Dejarnos guiar por el Espíritu, seguir los consejos de Dios revelados en su ley y aprender de la vida nos dará sabiduría y discernimiento para tomar las mejores decisiones.