4. Debate sobre revelación e inspiración dentro del adventismo
5. Hacia una interpretación bíblica de revelación-inspiración
6. Modelo bíblico de revelación-inspiración
La evidencia bíblica
Sabemos que alguien es el autor de las Escrituras. Sin embargo, ¿cómo sabemos quién fue esa persona, o quiénes fueron esas personas? Para responder esta pregunta, empezamos prestando mucha atención a lo que afirman los autores bíblicos sobre el origen de las Escrituras. Hay muchas evidencias en el Antiguo Testamento, y en el Nuevo, que nos dicen que los autores bíblicos consideraban que Dios era el autor de la Escritura. Los pasajes archiconocidos que se usan en la formula-ción de la doctrina bíblica de las Escrituras son 2 Timoteo 3: 15-17 y 2 Pedro 1: 20-21.
El término paulino θεóπνευστος [theopneustos]
La afirmación que hace Pablo sobre el origen de las Escrituras es breve y genérica: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2 Tim. 3: 16). Aunque nuestra palabra ‘inspiración’ proviene en parte de la traducción latina de este texto, «divinitus inspirata», Pablo usa la palabra θεóπνευστος [theopneustos], que, literalmente, significa “respirada por Dios”. No tenemos ni idea de qué podría significar una “respiración divina” si la expresión se aplicase literalmente a la generación de las Escrituras, pero podemos intentar comprenderla metafóricamente. Así entendido, el texto dice que Dios está implicado directamente en el origen de las Escrituras, aunque no explica el modo ni los detalles de la acción divina.
El término petrino φερóµενοι [feromenoi]
Las observaciones de Pedro sobre el origen de las Escrituras están más matizadas, y son más analíticas y específicas. Cuando afirma que «hombres inspirados [φερóµενοι {feromenoi}, “siendo movidos” o “siendo dirigidos”] por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios» (2 Ped. 1: 21, LBA), Pedro subraya explícitamente el hecho de que son obra de la pluma de seres humanos bajo la dirección del Espíritu Santo. En resumidas cuentas, en la generación de las Escrituras estuvieron implicados tanto Dios como seres humanos.
No obstante, Pedro matizó con mucho cuidado y de forma muy enérgica la intervención de los agentes humanos. «Ante todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge [γίνεται {ginetai}] de la interpretación [ἑπιλύσεως {epilyseōs}] particular de nadie» (2 Ped. 1: 20, NVI). Dado el contexto en que usa la palabra griega ἑπίλυσις [epilysis], Pedro puede estar defendiendo que aunque en la composición de las Escrituras interviniesen seres humanos, ellos no fueron el origen de las explicaciones, exposiciones ni interpretaciones de las diversas temáticas presentadas en ellas.
En una frase subsiguiente, Pedro explica que «ninguna profecía fue dada [de φέρω {ferō}] jamás por un acto de voluntad humana, sino que hombres inspirados [{feromenoi}], “siendo movidos” [o “siendo dirigidos”] por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios» (2 Ped. 1: 21, LBA). Pedro niega nuevamente el origen humano de las Escrituras excluyendo la voluntad de los seres humanos. ¿Qué hicieron los seres humanos? Hablaron (ἐλάλησαν [elalēsan]), proclamaron y comunicaron las explicaciones, exposiciones e interpretaciones que se originaban en Dios como autor. El habla y la escritura son expresiones del pensamiento.
Por eso, la dirección de Dios acompañó a los escritores de las Escrituras no solo cuando escribían, sino también cuando hablaban. Lo que decían era la manifestación de los pensamientos y las acciones de Dios.
El problema que subyace a la revelación-inspiración
Es notorio que, aunque Pedro y Pablo afirman de forma inequívoca la implicación directa de Dios en la generación de las Escrituras, ninguno explica las formas concretas en que intervinieron la parte divina y la humana, ni da detalles de su modus operandi específico. Las Escrituras no abordan ese problema en ningún sitio. Dar respuestas de nuestra propia cosecha es embarcarse en una tarea teológica, porque la teología va en pos de la comprensión.
Las afirmaciones de Pablo y Pedro enseñan de forma muy significativa que Dios es el autor de las Escrituras, de todas las Escrituras (2 Tim. 3: 16; 2 Ped. 1: 20-21). Los teólogos deberían encontrar una manera de entender cómo tuvo lugar eso, y, a la vez, explicar el lado humano que se presenta en la forma en que se concibieron y escribieron las Escrituras.
Las diversas respuestas dadas a esta cuestión a lo largo de la historia han llegado a ser premisas hermenéuticas importantes. Influyen de forma decisiva en toda la labor de la investigación exegética y teológica, hasta el punto de dividir a la cristiandad en dos escuelas distintivas de pensamiento que atraviesan las demarcaciones denominacionales.