Índice

1. Revelación e inspiración

2. La evidencia bíblica

3. Método y modelos

4. Debate sobre revelación e inspiración dentro del adventismo

5. Hacia una interpretación bíblica de revelación-inspiración

6. Modelo bíblico de revelación-inspiración

7. Efectos hermenéuticos

5. Hacia una interpretación bíblica de revelación-inspiración

¿Deberíamos escoger una interpretación en perjuicio de las demás? Si la respuesta es que no, ¿deberíamos buscar una nueva interpretación? Para responder estas preguntas es preciso comenzar evaluando las teorías actuales sobre la RI. ¿Cómo las evaluamos? Las valoramos atendiendo cuidadosamente a toda la evidencia. Una vez hecho eso, nuestra interpretación, sin distorsión, tendría que poder explicar las tensiones o contradicciones halladas en todo el abanico del testimonio que las Escrituras dan de sí mismas y en otras peculiaridades de las Escrituras. Además, deberíamos contemplar el origen y el contenido de las presuposiciones hermenéuticas filosóficas implicadas explícita o implícitamente en la concepción y la formulación de cada modelo de RI.

Superación de la revelación de encuentro, de la inspiración verbal y de la inspiración de pensamiento

Raoul Dederen aborda una interpretación de la RI usando una metodología diferente. En lugar de adoptar las interpretaciones disponibles con fines apologéticos o hermenéuticos, somete los modelos interpretativos actuales a una crítica basada en una escucha atenta de lo que dicen los autores bíblicos y Elena G. de White sobre este asunto.1 Con tal planteamiento, descubre que las alternativas representadas por la revelación de encuentro y la inspiración de pensamiento son deficientes.

Dederen reconoce que la revelación no es meramente un fenómeno intelectual, sino un encuentro personal del profeta con Dios. No obstante, defiende que, según las Escrituras, en el encuentro de la revelación, Dios comunica, aunque sea parcialmente, conocimiento de sí mismo y de su voluntad. Además, la disyuntiva entre el acto divino y la palabra humana —disyuntiva en la que fundamenta su argumentación la revelación de encuentro— no tiene apoyo bíblico alguno. Esta posición puede defenderse únicamente desde una base científica y filosófica.2

Siguiendo con la misma base bíblica, Dederen descarta implícitamente la inspiración de pensamiento de la que hemos hablado antes. Defiende que, en las Escrituras, palabra y pensamiento van juntos. En consecuencia, «las palabras son intrínsecas al proceso de la revelación-inspiración».3 También defiende, con acierto, que, tras repasar lo que Elena G. de White escribió sobre la RI, «todo apunta al hecho de que el Dios que imbuyó de pensamientos la mente de los profetas y que los inspiró en el cumplimento de su cometido, también veló sobre ellos en el empeño de estos por expresar “ideas infinitas” y plasmarlas con los “vehículos finitos” del lenguaje humano».4 Las Escrituras son «en el sentido más elevado y verdadero creación de Dios».5 Por último, Dederen se siente incómodo con la noción de que las Escrituras sean producto de una revelación solo parcial, pero que estén inspiradas totalmente, y anima a la iglesia para que encuentre «otras soluciones».6

Esta evaluación sucinta descalifica los tres puntos de vista de la RI que en la actualidad están vigentes en la teología adventista. Dado que cada punto de vista opera a partir de definiciones filosóficas de presuposiciones hermenéuticas, ninguno de ellos responderá a todo el abanico de la evidencia bíblica, no importa cuánto se reflexione sobre él. Por lo tanto, debemos desarrollar una nueva interpretación usando definiciones bíblicas de las presuposiciones hermenéuticas implicadas en la RI.

Construcción fundamentada en la Escritura

Sin embargo, nada es realmente nuevo. En nuestra búsqueda de otro modelo de interpretación, deberíamos reconocer la fortaleza y las aportaciones de los modelos actuales de la RI. De la revelación de “encuentro” tendríamos que retener la convicción bíblica de que la obra divina de la RI tiene lugar dentro de una relación histórica yo-tú (por ejemplo, Deut. 34: 10). De la inspiración de “pensamiento” será preciso retener la enseñanza bíblica de que la obra divina de la RI se centra en la esfera del proceso de los pensamientos de los escritores bíblicos (2 Ped. 1: 21). De la inspiración “verbal” deberíamos retener la enseñanza bíblica de que la obra divina de la RI también alcanza el ámbito de las palabras (2 Tim. 3: 16). Por último, dado que en las Escrituras Dios ha encarnado sus pensamientos en la escritura y en el pensamiento humanos, los elementos humanos y divinos son inseparables. En consecuencia, jamás deberíamos intentar distinguir entre aportaciones divinas y humanas en la concepción y la redacción de las Escrituras.

A partir de este punto de inicio, habría que considerar las muchas maneras en que se relacionaron Dios y los escritores bíblicos en el proceso de concebir las ideas y de la recopilación de información que encontramos en las Escrituras. Sería conveniente que nos planteásemos lo mismo con respecto al proceso mediante el cual se pusieron por escrito esas ideas y esa información (Heb. 1: 1). Es cierto que Dios actúa de maneras ocultas a nuestra vista. No obstante, las Escrituras y Elena G. de White nos dan evidencia abundante sobre la que fundamentar nuestra interpretación. La evidencia que encontramos en ellas incluye tanto el testimonio de sí mismas como las peculiaridades de las Escrituras.

En nuestra búsqueda de una interpretación bíblica de la RI daremos dos pasos. En primer lugar, consideraremos meticulosamente las presuposiciones hermenéuticas implícitas en nuestra interpretación de los elementos humanos y divinos implicados en la RI. En segundo lugar, intentaremos formular de forma sucinta una interpretación bíblica de la RI usando las nociones obtenidas en el primer paso para entender las afirmaciones generales de Pablo y Pedro sobre la inspiración (2 Tim. 3: 16; 2 Ped. 1: 20-21).

Presuposiciones hermenéuticas fundamentales

La clave de cualquier interpretación está en aplicar los principios hermenéuticos apropiados. El proceso científico básico requiere que infiramos nuestras presuposiciones hermenéuticas de la cosa que queremos entender. Puesto que, en el caso que nos ocupa, intentamos entender el origen de las Escrituras, no solo debemos escuchar lo que dicen los autores bíblicos sobre la RI, sino también tomar nota de las presuposiciones hermenéuticas que emplearon, en vez de adoptar las derivadas de la filosofía y la ciencia humanas. Fundamentalmente, presuponemos un Dios que actúa personalmente dentro del devenir de la historia humana.

Dederen afirma que «la revelación tiene lugar y se desarrolla dentro de la historia».7 Adaptando sus pensamientos, ideas y acciones infinitos a nuestro nivel de criatura, a nuestras palabras y nuestros modelos de pensamiento limitados e imperfectos, Dios permite que la historia divina tenga lugar dentro de la historia humana. Quien traduce las ideas divinas a nuestros modelos cognitivos y lingüísticos no es el profeta, sino Dios.

La idea de que Dios actúe históricamente en el tiempo, que los escritores bíblicos y Elena G. de White dan por sentada, y que está en la base del tema del gran conflicto, requiere una reinterpretación de las presuposiciones hermenéuticas filosóficas que subyacen a la revelación de encuentro, a la inspiración verbal y a la inspiración de pensamiento, entendida como una dicotomía radical entre palabras y pensamientos.

Revelación

A diferencia de la idea evangélica clásica, y de la moderna, de que Dios usase solo un patrón de acción divino en la RI, las Escrituras hablan de una variedad de patrones divinos. La introducción de la Epístola a los Hebreos afirma que «Dios, que muchas veces (πολυµερῶς [polymerōs]) y de varias maneras (πολυτρóπως [polytropōs]) habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb. 1: 1-2, NVI).

Algunos adventistas han empezado a reconocer esta variedad y han sugerido que al modelo “profético” generalmente aceptado deberíamos añadir el “modelo de investigación” de la revelación. Otras sugerencias incluyen los patrones de revelación “testimonial”, “consejero”, “epistolar” y “literario”. Es preciso efectuar una tarea analítica adicional para descubrir, en la medida de lo posible, cómo contribuyeron los elementos divinos y los humanos a la generación del pensamiento y de la información bíblicos.

Parece evidente que, en el origen de las Escrituras, hubo una estrecha relación entre los elementos divino y humano en al menos los siguientes patrones: El teofánico (Éxo. 3: 1-5), el profético (Apoc. 1: 1-3), el verbal (Éxo. 31: 18), el histórico (Luc. 1: 1-3), el sapiencial (Ecl. 1: 1, 12-14; 12: 9-11) y el existencial (Lam. 3: 1). Analizar estos patrones y sus presuposiciones hermenéuticas nos permitirá comprender mejor cómo toda la Biblia fue el resultado de la revelación y de la inspiración, y nos capacitará para superar la disyuntiva radical pensamiento-palabras implícita en la inspiración de pensamiento.

Inspiración

Los profetas no nos han dejado mucha información en cuanto a las formas en que tuvieron lugar las intervenciones divinas mientras comunicaban sus mensajes de forma oral o escrita. No obstante, a partir de la información disponible, tenemos derecho a extraer algunas conclusiones provisionales.

Parece que los escritores bíblicos recibían ideas e información antes de sentarse a escribir. Por lo tanto, el papel del Espíritu Santo en la inspiración no fue fundamentalmente para generar pensamientos, sino para garantizar la fiabilidad de la comunicación de la información recibida.

Cuando Dios envió a Moisés a liberar a Israel de la servidumbre egipcia, el equipo formado por Moisés y Aarón funcionó de forma semejante al equipo Dios-profeta. Moisés representaba a Dios a la hora de “poner palabras” en la boca de Aarón. Entretanto, Aarón, que hablaba en lugar de Moisés al pueblo, desempeñaba el papel del profeta.

El acto de “poner palabras en la boca” de alguien significaba que el receptor se convertía en representante subordinado de otro; sin embargo, el representante tenía libertad en su representación. Por así decirlo, tenía poder notarial. Pensar que hablaba “al dictado” no tiene ningún sentido. Aarón tenía grandes dotes verbales, y Dios lo llamó para que usase su don. De la misma manera, los profetas y los apóstoles, como representantes de Dios, estaban subordinados a los pensamientos de este, pero los expresaron según su propia comprensión y su propia forma de expresión.

En esta coyuntura, debemos tener presente que, en la revelación, el pensamiento divino se adaptó a las limitaciones e imperfecciones de los procesos mentales humanos. Con la inspiración, el pensamiento divino, ya adaptado al modo de pensar humano, se adapta a los patrones humanos de escritura. Por eso, el modo de pensar y de escribir que hallamos en la Escritura no es divino, sino humano. Por lo tanto, Elena G. de White nos dice que «la Biblia está escrita por hombres inspirados, pero no es la forma del pensamiento y de la expresión de Dios. Es la forma de la humanidad. Dios no está representado como escritor. Con frecuencia los hombres dicen que cierta expresión no parece de Dios. Pero Dios no se ha puesto a sí mismo a prueba en la Biblia por medio de palabras, de lógica, de retórica. Los escritores de la Biblia eran los escribientes de Dios, no su pluma» (1MS 24; la cursiva es nuestra).

Esto no quiere decir que el contenido de la Escritura sea indigno de confianza. Significa solo que no debemos esperar de las Escrituras una perfección divina absoluta hasta el menor detalle, como si Dios hubiese empleado su forma perfecta de pensar y de escribir. El contenido verdadero generado por la revelación se expresa con la forma imperfecta del pensamiento y la escritura humanos.

Por ejemplo, los escritores bíblicos no tenían memorias perfectas; se olvidaban de las cosas, igual que nosotros. No poseían una percepción sensorial perfecta. No eran capaces de captar todas las riquezas de las ideas y los pensamientos divinos que les eran revelados. Además, nuestras palabras pueden tener varios significados, incluso contradictorios. Nuestra sintaxis permite la formación de frases de formas distintas con diferentes significados, etcétera. Todo ello forma parte de la manera humana de pensar y escribir que Dios empleó al revelar e inspirar las Escrituras.

¿Borró o invalidó siempre la inspiración divina las imperfecciones de la forma humana de pensar y escribir? En contra de las afirmaciones de los partidarios de la inspiración “verbal”, las peculiaridades de las Escrituras muestran claramente que no. Dios usó nuestros medios de comunicación imperfectos para revelarse a nosotros y para revelarnos su palabra. Por eso, en las Escrituras encontramos la verdad de Dios expresada con una forma humana imperfecta de comunicación. Dios quiso que se hiciese así, porque es la mejor manera de revelarse y de revelarnos sus verdades salvíficas.8

El objetivo de la inspiración no es mejorar la forma humana de pensar o escribir, sino garantizar que los escritores no remplacen la verdad de Dios con sus propias interpretaciones. La guía del Espíritu Santo no invalidó el pensamiento ni los procesos de escritura de los escritores bíblicos, sino que supervisó el proceso de la escritura para maximizar la claridad de ideas y para evitar, en caso necesario, la distorsión de la revelación, o el cambio de la verdad divina por una mentira. En otras palabras, no deberíamos imaginarnos que la guía continua del Espíritu Santo en el proceso de escritura sea una intervención divina continua que forzase la elección de cada pensamiento y cada palabra de las Escrituras. Más bien deberíamos considerar un patrón menos intrusivo de inspiración, un patrón más coherente con la libertad de los escritores humanos.

Los comentarios de Elena G. de White relativos a su propia experiencia como escritora nos dan ejemplos de muchos patrones correctores y recuperadores de intervención directa que el Espíritu Santo usó durante el proceso de la inspiración. Por ejemplo, observamos un aumento de la memoria (2SG 292-293; 1MS 40-42), el auxilio a la hora de dar con «las palabras apropiadas» (1MCP 325; 2MR 156-157) y el otorgamiento de revelación adicional (3MS 39, 124). A partir de estos ejemplos podemos ver que Dios no origina las palabras invalidando la función normal del agente humano. Al contrario, vemos que los procesos del pensamiento y la escritura tienen lugar en el agente humano bajo la guía minuciosa del Espíritu Santo.

Por último, las Escrituras presentan un ejemplo de patrón de intervención divina ocasional usado también por el Espíritu Santo para guiar a los escritores bíblicos. Observamos las profecías de Balaam (Núm. 22: 1 – 24: 25). El texto bíblico y los comentarios de Elena G. de White ponen de manifiesto que la libertad de Balaam fue anulada por el Espíritu Santo (Núm. 22: 18, 20, 28-31; PP 468-469, 473, 476-478). Este patrón no es el patrón normal de la inspiración divina, como sugiere la teoría verbal. Obviamente, no podemos aplicar a los profetas bíblicos el patrón de la actuación divina del caso de Balaam.

Este incidente contribuye a que veamos que Dios no permite que lo tergiversen profetas reconocidos como tales que, por la ganancia personal, estén dispuestos a convertir la verdad de Dios en una mentira. El Espíritu garantizaba que los profetas escogidos no sustituyesen las verdades divinas por la imaginación humana.

Basándonos en lo anterior, podemos afirmar la total fiabilidad de las Escrituras dentro de los parámetros de las limitaciones humanas normales del proceso de pensamiento y del proceso lingüístico. Puesto que toda la Biblia está revelada e inspirada dentro del ámbito del pensamiento y del lenguaje humanos, no representa la perfección divina; no obstante, sus palabras ponen de manifiesto de forma fiable los pensamientos y la voluntad de Dios hacia nosotros.

Esta perspectiva de la inspiración explica por qué no afectan a la comunicación fidedigna de contenidos revelados ciertas discrepancias y la falta de precisión absoluta en cuestiones de detalle que encontramos en las peculiaridades de las Escrituras.

__________

1. Raoul Dederen, “Toward a Seventh-day Adventist Theology of Revelation-Inspiration” [Hacia una teología adventista del séptimo día de la revelación-inspiración], en North American Bible Conference [Congreso bíblico norteamericano] (División Norteamericana: monografía inédita, 1974), 10.

2. Este cambio en la esfera científico filosófica de la hermenéutica parece apoyar la propuesta metodológica que hace Fritz Guy para la teología adventista en su Thinking Theologically: Adventist Christianity and the Interpretation of Faith [Pensar teológicamente: El cristianismo adventista y la interpretación de la fe] (Berrien Springs, Míchigan: Andrews University Press, 1999).

3. Dederen, “Toward a Seventh-day Adventist Theology of Revelation-Inspiration”, p. 16.

4. Ibíd., p. 13.

5. Ibíd., p. 10.

6. Ídem, “On Inspiration and Biblical Authority”, pp. 101 y 97.

7. Ídem, “Toward a Seventh-day Adventist Theology of Revelation-Inspiration”, p. 6.

8. «El Señor dio su Palabra justamente en la forma en que quería que viniera. La dio mediante diferentes autores, cada uno con su propia individualidad, aunque trataron el mismo relato» (PM 2).